Aceptar la realidad de la pérdida del ser querido, asumiendo que es irreversible. La muerte es algo definitivo, aunque nos duele y quisiéramos cambiarlo, no es posible. Vivir el duelo implica vivir el dolor que nos permite hacer evidente esta realidad.
No negar el sufrimiento que supone la pérdida: permitirse mostrar y expresar las emociones y el dolor. El duelo duele y está bien expresarlo y mostrarlo. Las emociones permiten darle sentido a lo que estamos viviendo, y reprimirlas solo lleva a que duela más. Por eso en el proceso de duelo la expresión emocional es tan importante.
Adaptarse a un medio en el que el fallecido ya no está presente. Como dijimos, perder a un ser querido implica una serie de cambios internos y externos. Ya no vemos la vida igual y los significados de los espacios, por ejemplo, en el hogar se vuelven muy intensos. Adaptarnos a esa ausencia necesita un cambio en los significados de esos lugares, que nos permita sentirnos cómodos en ellos. Esto no es fácil, requiere que nos demos tiempo en nuestro proceso de duelo.
Reubicar emocionalmente al ser querido muerto, lo que no implica olvidarlo, sino resignificar su pérdida para poder continuar viviendo eficazmente. Recordar con amor y no con dolor es lo que nos permite darle cierre a nuestro proceso de duelo. Algunas personas creen que el objetivo es olvidar a la persona amada, pero eso nunca ocurre y la sensación de no lograrlo intensifica el dolor, por eso la meta no es olvidar sino recordar a esa persona sin que su recuerdo nos cause dolor. Resignificar la pérdida se refiere a eso, a lograr un recuerdo sano de nuestro ser amado que nos permita seguir viviendo de forma tranquila.